domingo, 15 de mayo de 2011

289.

Relato.

ALEJANDRÍA ÚLTIMA

Salimos de noche. Sé que fue una decisión arriesgada. Sólo quienes tienen algo que ocultar eligen las sombras para moverse. Pero nuestra coartada era firme y nadie sospechó de una caravana que emprendía un largo viaje al país de la seda. Éramos simples mercaderes en pos de un ansiadamente generoso beneficio, nada más. No sospechaban cuál era la verdadera misión de nuestra caravana ni el objetivo final de nuestro viaje. Nada más caer las tinieblas de aquel día, el grupo de leales se afanó en entrar dentro de la cripta y sacar el cadáver. El vecindario no fue problema. Apenas nadie aparece por aquellos lugares y su templo es ignorado por quienes en estos tiempos se marchitan a la sombra de la piedra y del adobe. Los hombres de hoy ya no tienen oídos más que para los predicadores y éstos no hacen sino arrojar imprecaciones sobre los muros de los viejos edificios y sobre la memoria por la que ellos fueron arropados durante cientos de generaciones. Costó mucho esfuerzo y algún tiempo más del previsto, porque el sarcófago era muy pesado y el paso de los siglos había convertido sus piezas en sólidos bloques. Me ahorro comentarte las sensaciones que nos dominaron cuando pudimos contemplar su cuerpo. Ya pocos aprecian su valor ni lo que hizo; sin embargo, para nosotros era el señor del mundo. Las ideas y las palabras que representa están agonizando, y aquellos dioses entre los que se contó sólo emiten estertores de muerte. Van desangrándose en medio de una devoción que ha convertido en fieras ovejas a los hijos de aquellos seres que con espíritu altivo en otros tiempos pisaron firmemente hasta el último rincón del universo conocido. Por eso lo robamos, lo envolvimos amorosamente en nuevos sudarios, lo subimos a un camello y nos internamos en la vía que lleva a los confines del Imperio. El camino fue largo, las peripecias fueron numerosas; los obstáculos, incontables. Pero al final de la larga ruta, en el momento previsto, antes de que las nieves comenzaran a dejar su blanca hojarasca sobre los caminos, contemplamos las murallas y la silueta de la ciudad donde iba a reposar para siempre, alejado de quienes lo han olvidado, acogido por quienes le deben su existencia, cuidado por quienes aprecian lo que fue y lo que hizo. Y ahora yace en calma, enterrado en el suelo de una casa entre muchas de esa ciudad. Sólo un pergamino deja constancia de quién es por si en tiempos futuros, cuando el círculo de las edades gire en una nueva dirección más acogedora con los dioses y los héroes, alguien lo encuentra y lo hace regresar a su tierra favorita. Algún día sucederá, porque la gloria de Alejandro, como la de los viejos dioses, es eterna. Algún día harán retornar a Alejandría de Egipto el cuerpo de nuestro señor desde este confín, desde la última de sus ciudades, desde la Alejandría Última.

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