sábado, 30 de abril de 2011

277.

Nuevo relato.

YA NADIE SE ACUERDA DE LOS MUERTOS

"Ya nadie se acuerda de los muertos". Los dos ancianos estaban sentados frente al estanque. Atardecía en el parque que amenizaba los bloques del barrio, mazacotes de edificios color ladrillo con una luz mortecina. A duras penas el sol conseguía arrancar de su superficie un pequeño destello de alegría al amanecer. "Hoy en día se muere uno y lo lloran unas horas. Luego, alguna lagrimita y algún suspiro. Y eso si eres afortunado y tienes quien guarde esos sentimientos hacia ti. La mayoría ni siquiera puede disfrutar de ese reconocimiento. Ya ni siquiera te entierran. No hay tumbas, no hay nichos donde vayan tus familiares a ponerte flores el aniversario de tu muerte o el día de los difuntos. Ahora te incineran y echan tus restos al río, con lo sucio que baja siempre. Ni siquiera tienen el detalle de irse un día a la orilla del mar, aunque sea con la excusa de pasar allí la jornada y comerse una paella en el chiringuito. Tampoco se molestan en salir al campo. No, tienen que soltar las cenizas en el río. ¿Te imaginas lo que puede ser acabar como pitanza de peces, esos peces tan asquerosos que medran entre el cieno y la basura? Los jóvenes tiran las fotos de los abuelos y los bisabuelos, y los hijos las guardan en unos álbumes desencuadernados que ya nunca volverán a abrirse. No hay retratos de los mayores en las casas. En su lugar ponen cuadros llenos de chafarrinones y pegotones de pintura que nadie entiende, pero que todos alaban. Corren malos tiempos para los muertos, Alfonso, malos tiempos." El anciano que escuchaba las palabras de su compañero también perdía su mirada en una lontananza que no llegaba más allá de unas copas detrás de las cuales sobrevolaban los últimos pisos de los bloques de ladrillo visto. Asentía a las quejas de su colega con un rictus de resignación. Unos niños perseguían a las palomas y unos jóvenes jugaban al fútbol en el césped. En una esquina del campo de hierba, una pareja se besaba sin reparos. "Mira a ésos," continuó el viejo "mira cómo se restriegan y se manosean en público. Sólo piensan en eso, sólo en eso. Si les preguntas quiénes fueron sus abuelos, seguro que ni se acuerdan. Y eso que ahora casi todos tienen la suerte de tener vivos a los cuatro. Y olvídate de que sepan quiénes fueron sus bisabuelos. Nosotros estábamos hechos de otra pasta. En casa guardamos la memoria de nuestros mayores durante generaciones. Pero cuando nos vinimos a la capital, todo acabó. Lo que más me duele es que hasta nosotros nos estamos volviendo como éstos. Ya ni me acuerdo de mis padres ni mis abuelos. Malos tiempos para quienes se marcharon, Alfonso, malos tiempos." El sol se iba poniendo. Ambos decidieron levantarse del banco y alejarse del parque. En su camino, pasaron por encima de aquella pareja hundida en besos y atravesaron el tronco de un enorme ficus que era el orgullo del barrio.

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