lunes, 4 de abril de 2011

258.

Miguel Sáenz, en el prólogo del libro lo advierte: leer a Thomas Bernhard por primera vez es un impacto directo al alma. Viste el libro, extrañamente, en la papelería del pueblo. Sabías de la existencia del autor, pero nada más. Una ojeada te echó atrás. Ni un punto y aparte en cientos de páginas. Lo desechaste. Otro día, hace poco, observaste que seguía en el mismo sitio. Lógico. ¿Quién va a estar interesado en ese autor aquí, la Andalucía profunda de cofradías, subsidios e indolencias? Lo compraste. Lo empezaste y desde las primeras líneas fue un correr desbocado, lleno de feliz ansiedad por empapar tu alma de sus palabras. Has quedado, efectivamente, enredado en el sortilegio de Bernhard. Cuando a lo largo de la lectura comprobabas, además, las semejanzas con tus emociones en la infancia y en la adolescencia, esa caída irremediable en las redes del autor austríaco se fue haciendo más intensa. Hay diferencias entre él y tú. Su vida fue mucho más dura y salvaje. Sufrió más. Sus tiempos fueron muchos más crueles y amargos. Pero esa sensación de estar fuera de lugar en el colegio, esa angustia, esos pensamientos recurrentes acerca del suicidio, te sonaban familiares. Su odio a Salzburgo evoca tu desencuentro con Sevilla. Las dos ciudades son para los foráneos joyas. Cuando visitaste Salzburgo, quedaste prendado de la ciudad. Pero detrás de esas fachadas de arte y belleza, se esconden sociedades mezquinas, mediocres, aplastadas por las convenciones más rancias, negadoras de las expresiones vitales que se aparten del corsé de unas adocenadas esencias eternas. Y cuando narra sus experiencias en el hospital, tu memoria afloró y te sentiste firmemente próximo a él. Sólo te queda lograr alguna edición en alemán y, con la inestimable ayuda del traductor de Google, abismarte en otras de sus obras. Desde ahora eres otro bernhardiano más.

Thomas Bernhard, Relatos autobiográficos, trad. Miguel Sáenz, Barcelona, Anagrama, 2009.

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