jueves, 14 de abril de 2011

264.

Ya has comentado previamente tu admiración por Montaigne. Uno de los libros que recuerdas con más placer es una selección de sus Ensayos leída en tu adolescencia. Posteriormente, los leíste completos y te afirmaste en tu juicio. Por eso, cuando supiste que Jorge Edwards había publicado un libro titulado La muerte de Montaigne, corriste a comprarlo. Edwards entra en el grupo de tus preferidos. Tanto por su obra como por su posición política y vital. Has leído lo que el autor califica de “novela”, denominación que sólo atendiendo a lo difuso y confuso de ese género en la postmodernidad se permite aceptar. Propiamente, no es sino el curso de unas reflexiones sobre la figura del alcalde Burdeos. Su muerte aparece al final, como es lógico, y no es tan central en la obra como su título pudiera indicar. Hay explicaciones sobre el contexto histórico y conjeturas sobre sus relaciones con Étienne de la Boétie, su esposa Françoise de la Chassaigne y María de Gournay. Se habla de Enrique III y Enrique IV, de sus madres y esposas. La evocación de Montaigne, su estilo y época, se entrevera con las impresiones de Edwards. El resultado es un relato vívido, atrayente y fresco que te ha enganchado desde la primera página, y que te deja el regusto en el alma de la moderación, de la transigencia, del humanismo, en fin, tan extraviado en aquel siglo XVI como en este siglo XXI. Tras su lectura, más aprecias a Michel de Montaigne y más a Jorge Edwards.

Jorge Edwards, La muerte de Montaigne, Barcelona, Tusquets, 2011.

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