domingo, 30 de enero de 2011

202.

Desde el principio de los tiempos humanos, el homo sapiens ha ido en busca del orden para defenderse del desorden. La eterna lucha entre el cosmos (κόσμος) y el caos (χάος). No se trata de ninguna impronta divina, sino de la necesidad de prever. El cosmos permite adelantar lo que ocurrirá una vez hallado el mecanismo interno que lo orienta. La previsión hace fácil la supervivencia. Por el contrario, el caos sume al ser humano en la incertidumbre y hace más complicado hallar los recursos para preservar la especie y el individuo. De ese enfrentamiento y de la necesidad del orden en la vida humana surge en Grecia la primera investigación sobre la naturaleza y de ahí, la larga historia del conocimiento en Occidente. Orden y desorden son irreconciliables para la mente helénica y en esta oposición descansa el principio de identidad: es imposible que algo sea y no sea al mismo tiempo. Sin embargo, en Oriente se percataron de que dentro de cada orden hay un desorden y viceversa. Allí nunca supieron de nada que se pareciera al principio de identidad, por ello, algo puede ser y no ser al mismo tiempo. Las consecuencias de esta diferente visión de la realidad son infinitas. Si no, que se lo digan a los chinos de hoy en día.

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