lunes, 24 de enero de 2011

197.

Era una noche de agosto. O quizá fuera julio. En todo caso, sufríais el verano. Hora: en torno a las medianoche. Volvías con tu compañera del cine. En el pueblo no hay, así que el sendero del espectador lleva a la vecina Lucena. Recuerdas que fuisteis a ver la película que adaptaba a la pantalla la saga del capitán Alatriste. Todo parecía normal. Pasasteis por una esquina. Un par de muchachos, apoyados en un coche, parecían esperar. Al poco, oísteis una voz de muchacha en tono de enfado a vuestras espaldas. Mirasteis. Dos chicas estaban interpelando de forma enérgica a los dos jóvenes. Cosas de chavales, dijiste. Continuabais vuestro camino a casa cuando oíste el primer disparo. Sonó como un petardo. Volviste la mirada y viste al principio de la calle a uno de los jóvenes con una escopeta. Las dos muchachas corrían aterrorizadas. Una de ellas gritaba: ¡No, no!”. Sonaron otros dos disparos más. A vuestro lado, cayó al suelo la otra joven. Era rubia, un tanto gordita. No recuerdas que ella dijera nada. Tienes clavada en tu mente la figura de aquel asesino con su gorrilla de cani polinganero y la escopeta apalancada a su brazo. Agarraste a tu compañera y os pegasteis a la pared. Sólo pensabas en que ninguna de esas balas os alcanzara. Lo demás es el revuelo: el refugio en la casa de un familiar, la llamada a emergencias, alguien que se hace cargo de la víctima. Una noche con los ojos en blanco y el recelo que no se te quita ante cualquier menda con el aspecto del aquel criminal. Fue detenido inmediatamente por la Guardia Civil. En el pueblo todo se sabe y todos se conocen. Ha pasado tiempo desde aquello. La muchacha quedó parapléjica y acabó muriendo. Tenía dieciocho años. El criminal está en la calle a espera de juicio porque ha superado el tiempo de prisión preventiva. A buen seguro de jacta de su hazaña con sus colegas de botellona. Dos conclusiones: la primera es que esta España da pena. Sólo hay propaganda para lavar el cerebro de los supuestos ciudadanos y robar sus votos. La segunda: una de las balas se encajó en una ventana por la que íbamos a pasar en unos segundos. Por unos segundos, o ella o yo estamos vivos. Esta historia da para mucho más, pero te lo callas. Por hoy ya te has puesto suficientemente nervioso con estos recuerdos.

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