martes, 2 de noviembre de 2010

128.

La vida es tan corta y los libros son tan numerosos. Tienes en lista de espera las novelas de Stefan Zweig. Le debes mucho. No sólo las horas de placer que experimentaste con sus obras, sino el descubrimiento de un mundo que ocupó tu vida durante muchos años. Recuerdas con ternura su biografía de la reina María Antonieta, con sus fuertes dosis de documentación, su estilo seductor, su tono de imparcial proximidad con la protagonista. Durante varios años, la leías antes de empezar el curso. Ha sido uno de los pocos libros al que le has dedicado la ceremonia de la relectura. La primera vez fue un devorar de páginas sin horas. Las sucesivas fueron descubrimiento de matices inadvertidos previamente. Te apasionaba la historia de esa mujer ignorante, inconsciente y frívola que todo lo tuvo a su alcance para terminar siendo la última de las últimas en el cadalso. Salvó el trance con dignidad, después de haber madurado en la desgracia, como le sucede a todo ser viviente. Luego, vinieron los Momentos estelares de la humanidad. La narración de la caída de Constantinopla te arrebató hasta tal punto que Bizancio se convirtió en el centro de tu atención intelectual durante decenios. Y terminaste por elaborar tu tesis doctoral sobre Ana Comnena, una princesa e historiadora bizantina del siglo XII. Más tarde reflexionaste sobre los lazos que podían conectar ambos episodios y descubriste que tanto la Reina de Francia como la ciudad de Constantino te llamaban la atención tan apasionadamente porque representan la destrucción de lo que ha sido bello y poderoso, la reducción a la nada de lo que un día vivió en unas condiciones admiradas y envidiadas. Aunque también pudiera ser que hubiera un ápice de indignación ante la barbarie asolando la armonía y la belleza.

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