jueves, 11 de noviembre de 2010

137.

Siempre creíste que las preferencias de Sigmund Freud por recurrir a los mitos griegos en el momento de nombrar sus descubrimientos procedían de una afición personal. Desde tu mente moderna donde hay un abismo entre lo que se ha venido en denominar “ciencias” y “letras”, o más recientemente, “humanidades”, te resultaba extraño concebir a un médico que supiera de los mitos griegos. Hasta que leíste con fruición el libro de William M. Johnston que citas en la entrada anterior. Los conceptos se aclararon. Las presencias de Edipo y a Electra respondieron a la imbricación del doctor Freud en la cultura de su tiempo. El psiquiatra vienés era uno más entre los miles de coetáneos que estudiaron en los Gymnasien del Imperio Austro-Húngaro. Año tras año en una larga sucesión de cursos, se empaparon de latín y griego. Esto sucedía desde los primeros años de formación y, como resultado, los intelectuales centroeuropeos especialistas en todas las disciplinas llevaron impregnado en sus pensamientos y en sus palabras el aroma de los mitos de la Antigüedad. Sólo si conoces este dato podrás entender cómo un médico, un científico, poseía ese dominio de los referentes más elementales de la cultura occidental y les daba nueva vida ajustándolos a unas circunstancias tan diferentes de aquellas que los vieron nacer.

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