viernes, 25 de junio de 2010

58.

Mientras todos comían satisfechos y criticaban a sus enemigos académicos, tú sólo pensabas en cuándo iba a acabar aquella estafa. La costumbre universitaria dicta en España que el doctorado pague un almuerzo en un restaurante de medio pelo al director y a los miembros del tribunal que han deglutido y digerido la tesis, o al menos han hecho el amago. Pensabas que eras afortunado. Ya eras Catedrático de Bachillerato desde hacía once años y tu sueldo podía permitirse esa dentellada. Los becarios y demás aspirantes a una gabela en el departamento debían entramparse para dar cumplida cuenta de la voracidad de los próceres. Comían a gusto, como siempre que son invitados. Si, además, se añadía el placer de la crítica en un ambiente de adictos, mejor que mejor. En otros círculos, esa ceremonia podría ser acusada de una especie de cohecho a posteriori, pero en un ambiente tan habituado a toda clase de corruptelas como es el universitario, ese soborno era inexcusable y venía envuelto en el mismo diploma que el apto cum laude. Comías, ibas diciendo, intentando ser buen anfitrión a la vez que agradecido pagano y sometido discípulo del cacique reinante cuando el más relevante de éstos empezó a despotricar contra aquellos profesores de instituto que adulteraban la pureza del mundo helénico con infames adaptaciones al sentir contemporáneo. Y, mira por dónde, te puso como ejemplo una infamia que solías cometer cada curso con tus alumnos. El objeto de su santa ira académica era una joya del cine: Sólo ante el peligro. Inadmisible que el sentido profundo y universal de la tragedia griega se rebajase hasta el punto de ser equiparada a una muestra del mediocre arte moderno. Gary Cooper ni por asomo podía parangonarse a un Edipo, a un Áyax, a un Filoctetes, a un Orestes. Fred Zinnemann, el director, y Carl Foreman, el guionista, para nada eran similares a un Esquilo o un Sófocles. A los personajes secundarios mejor ni mencionarlos. ¿Qué aberración no sería poner al mismo nivel Nevada que el Olimpo, Omaha que el Ática, Kansas City que Tebas, por mencionar algunos escasos, pero representativos, ejemplos? La frontera oeste norteamericana nada tenía en común con el ancestral terruño de la Grecia clásica. Menos mal que los escasísimos restos de la música que acompañaba a la tragedia permiten obviar este aspecto imprescindible de aquel espectáculo total, si no el oligofrénico de Dimitri Tiomkin hubiera cobrado también su parta alícuota en la orgía de oprobios que profería aquella docta boca. Sonreías como lo habías estado haciendo desde que te embarcaste en esa odisea de elaborar una tesis doctoral mientras trabajabas en el instituto y formabas parte de esa casta inferior que eran los docentes de la enseñanza secundaria. Sonreías como lo estuviste haciendo durante aquellos interminables seis años plagados de horas perdidas en un banco del pasillo que daba acceso al departamento, esperando por algún que otro diosecillo que no cumplía su horario de despacho. Sonreías y esperabas que terminara aquella parodia para descansar.

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