viernes, 23 de abril de 2010

30.

Mientras las reflexiones de ayer hieren tus ansias, surge ante ti la figura de ese griego que vivió en Alejandría, descendiente de una estirpe entreverada de milenios. Un reseco funcionario que de noche se transfiguraba en una epifanía de la belleza. Escribió poemas y amaba a los muchachos y, entre tanto, apremiaba las gotas finales del vino amargo de la vida. Constantino Kavafis te llenó de estupor con aquellos versos sobre su vieja historia y sobre la vieja historia de Grecia. Más te atrajo porque nunca despreció aquellos siglos que veías olvidados en las aulas universitarias donde se marchitaban tus sueños. Amó a Grecia desde los laureles de los viejos mitos hasta las teselas de los mosaicos de las iglesias bizantinas. Kavafis, un hombre tan del sur como puede serlo un griego de Egipto, te deslumbra con sus versos durante esas acometidas de las sombras y tus amagos de huida. El poema se titula La ciudad:

Dijiste: “Iré a otra tierra, iré a otro mar.
Otra ciudad habrá mejor que esta.
Cada intento mío es una condena escrita;
y está mi corazón –como un cadáver- muerto.
Mi pensamiento permanecerá así siempre en medio de esta languidez.
Adonde vuelvo mis ojos, adonde mire,
en este sitio veo las negras ruinas de mi vida,
donde tantos años pasé y agoté y perdí”.
Nuevos lugares no hallarás, no hallarás nuevos mares.
La ciudad te seguirá. Volverás a las mismas
calles. Y envejecerás en los mismos suburbios;
y en las mismas casas se volverá cano tu cabello..
Siempre llegarás a la misma ciudad. Para otros lugares –no albergues esperanzas-
no hay barco, no hay camino.
Así, la vida que agotaste aquí
en este minúsculo rincón, la perdiste en toda la tierra.

Ante esta sabiduría destilada por los siglos, ante este conocimiento envejecido en los odres del espíritu griego, el más humano entre los humanos, tus anhelos se desvanecen como se desvanecían las sombras en el Hades cuando despedían a los viajeros que, rompiendo la ley, atravesaban las puertas del infierno y visitaban a sus moradores. Tu ciudad siempre irá contigo allá donde te muevas y el equipaje de sombras será el peso muerto que soportarás sobre tu espalda hasta el día en que cierres los ojos para siempre, sea donde sea el lugar en el que esto suceda. Aunque sea una ciudad en el sur.

Traducción propia de Κ.Π. Καβάφης, Ποιήματα A’, Ἴκαρος, Ἀθῆνα, 1980, página 15.

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