El Buda histórico pensó primero en los monjes. La esencia del budismo sólo se puede experimentar entre los muros y los jardines de un monasterio, donde la regla se enseñorea y lo inesperado no tiene lugar. En el monasterio no es necesario pensar, sino sólo actuar día a día conforme al plan que otros han pensado hace siglos para el iniciado. Allí no hay peligro de apegos ni de deseos. No veo cómo, a pesar de todo lo que dicen y escriben los maestros budistas, se pueda aplicar plenamente esta doctrina a la vida laica, al desorden de las jornadas en el mundo y a la zozobra de sus noches. Y tu sospecha: los budistas que no están consagrados son una sombra vacilantes tras los pasos del Iluminado. Kenko Yoshida, tu admirado asceta, te lo recuerda en su parágrafo 58: Hay gente que dice: “Con tal de que uno viva fielmente y cumpla con los preceptos de la fe, poco importa el lugar en el que uno resida. Bien puede uno tener familia, mezclarse o alternar con la gente, sin que esto sea impedimento para practicar la oración y rogar por la gracia de renacer en el Paraíso”. Sin embargo, los que dicen esto no tienen la menor idea de lo que es la otra vida. No saben que las cosas del mundo son finitas. Si tú quieres librarte de los engaños y pasiones de esta vida, ¿cómo podrías tener interés por las cosas, servir desde la mañana a la noche a un amor y preocuparte por tu familia? Y si es verdad, como lo es, que en nuestro corazón se refleja todo lo que nos rodea, difícilmente podremos dedicarnos a la práctica de la virtud si no vivimos en un lugar tranquilo y apacible.
(Kenko Yoshida, Tsurezuregusa. Ocurrencias de un ocioso, trad. de Justino Rodríguez, Madrid, Hiperión, 2009, pág. 66)
martes, 13 de abril de 2010
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