miércoles, 7 de abril de 2010

22.

En medio de la noche, cuando los fantasmas acechan un sueño que no acude, piensas en la muerte. Aunque la vida te resulta costosa, hay detalles que te la hacen atractiva. Las personas que amas y te aman, la literatura que te apresa, la música que te seduce, el cine que te atrapa, los momentos de luz y los de sombra en ese trocito de campo que posees, los minutos de meditación en perfecta concentración y tantos otros que ahora no recuerdas. Cuando estés muerto nada de estos acordes sonarán en la caja de resonancia de tu espíritu. Y te viene a la memoria la imagen de las almas en el Hades. Esa muerte se te antoja deudora de la visión en la que los fallecidos son sombras que añoran los placeres perdidos de la vida. Pero la muerte no es así. Cuando no seas nada, nada añorarás. No te acordarás de ningún placer, como tampoco de ningún dolor. Es absurdo que te apenes por algo que nunca se dará. Algo te calmas, aunque el sueño siga resistiéndose a la visita. Epicuro tenía razón.

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