martes, 20 de abril de 2010

28.

Las palabras saltan en la Odisea (IV 259-266), en boca de aquella Helena que conforme a las leyendas levantó debido a su proceder la conmoción más grande vivida en el Mediterráneo oriental durante el segundo milenio antes de Cristo. Los griegos han tomado Troya, la ciudad arde, los hombres perecen, las mujeres troyanas se lamentan y lloran el destino que les espera. Sin embargo, la adúltera dice:

“(...) αὐτὰρ ἐμὸν κῆρ
χαῖρ', ἐπεὶ ἤδη μοι κραδίη τέτραπτο νέεσθαι
ἂψ οἶκόνδ', ἄτην δὲ μετέστενον, ἣν Ἀφροδίτη
δῶχ', ὅτε μ' ἤγαγε κεῖσε φίλης ἀπὸ πατρίδος αἴης,
παῖδά τ' ἐμὴν νοσφισσαμένην θάλαμόν τε πόσιν τε
οὔ τευ δευόμενον, οὔτ' ἂρ φρένας οὔτε τι εἶδος.”
τὴν δ' ἀπαμειβόμενος προσέφη ξανθὸς Μενέλαος:
“ναὶ δὴ ταῦτά γε πάντα, γύναι, κατὰ μοῖραν ἔειπες.”

“(…) en cambio mi alma
se alegraba, porque ya mi corazón me empujaba a volver
de nuevo a casa, y lamentaba la ceguera a la que Afrodita
me indujo, cuando me llevó hasta allí desde la amada tierra de mi patria,
alejándome de mi hija, de mi lecho y de un esposo
que en nada desmerecía a cualquier otro ni en temperamento ni en aspecto.”
Y, respondiéndole, le dijo el rubio Menelao:
“Sin duda que todas esas palabras, mujer, las has expresado de forma cabal.”

Resulta ahora que ese movimiento general que atravesó las tierras de Grecia no tuvo por causa más que la ceguera provocada por una divinidad caprichosa. Tanto sufrimiento, tanto esfuerzo, tanta muerte provocada por una mujer que dice abiertamente no ser responsable de lo que ocurrió. Y su esposo, aquel que en su despecho arrastró tras sí toda la marea de combatientes y todo el oleaje de terror que asoló aquella Troya maldita y humeante después del asalto final, ese esposo reconoce que su alocada mujer había dicho palabras conformes a lo que el destino tiene marcado para cada mortal. Te sonríes. Son increíbles estos viejos griegos, estos viejos griegos tuyos. Sin embargo, nada te empuja a dudar de la inocencia de esa antojadiza Helena. Quizá, como todo mortal, no fuera sino víctima de una pasión producto no de un fantasmal libre albedrío, sino de su composición neuronal.

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