Desde mediados del siglo XIX la política se ha ido convirtiendo en un asunto acerca de pobres y ricos. El verdadero objeto de la política es, sin embargo, el poder. Sin excepción, cuando alguien se aúpa al gobierno con la excusa de salvar a los pobres y acabar con los ricos, la tiranía es inevitable. Y sus secuelas de corrupción, desolación, ruina y muerte la acompañan como jinetes apocalípticos. Por cada beneficio que te otorga el poder, te produce el doble o el triple de perjuicio. El poder siempre acaba embriagando al que lo ostenta y aplastando a quienes lo sufren. Lejos de ser asunto de Dios, sea éste el uno o múltiple, sea éste el progreso social o el rumbo inevitable de la Historia, el poder es un interés del diablo. O si quieres, lejos de consistir en lo mejor del ser humano, consiste en lo peor. Este pasaje del Evangelio de Mateo (4 8-9) es clarividente:
(8) Πάλιν παραλαμβάνει αὐτὸν ὁ διάβολος εἰς ὄρος ὑψηλὸν λίαν καὶ δείκνυσιν αὐτῷ πάσας τὰς βασιλείας τοῦ κόσμου καὶ τὴν δόξαν αὐτῶν (9) καὶ λέγει αὐτῷ· ταῦτα πάντα σοι δώσω, ἐὰν πεσὼν προσκυνήσῃς μοι.
(8) Y de nuevo lo toma consigo el diablo y lo lleva a un monte muy alto y le muestra todos los reinos del mundo y su gloria (9) y le dice: “todo esto te daré si caes prosternado ante mí.”
La conclusión es evidente: dado que es inevitable que exista alguien que organice, la mejor política será la que limite su poder hasta confines remotos donde sólo pueda hacer el daño imprescindible.
martes, 4 de mayo de 2010
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