jueves, 27 de mayo de 2010

44.

Saqueas a veces los catálogos de las editoriales en busca de autores japoneses. A veces estás tan cansado de la decadencia de Occidente y sus fantasmas, que prefieres la actitud reposada ante el desastre de los hijos de Amaterasu. En esta labor hallaste a Akiko Yosano (1878-1942). Las notas biográficas de la contraportada te aclaran que fue una especie de feminista en su época, que no le apetecían las erupciones militaristas del Japón imperial y que revolucionó el mundo poético de su nación con un libro denominado Mideragami (Pelo revuelto). Poco te interesa esa faceta política de la autora. Más te atraen sus versos, llenos de ese espíritu japonés, melancolía y suavidad, calma y resignación, naturaleza y paganismo. Poemas llenos de una pasión de hierro en versos de seda: ¿qué ser humano / podría castigarme? /¿no es la blancura de mi brazo, / que acogió su cabeza, / digna de un dios? Otro: cuando ella intenta / golpear a su amado, / alza su manga de tal modo / que su gesto parece / el de una danza. Y brota el alma japonesa en toda plenitud: aquí estoy / con diecinueve años, / y ya blanquean las violetas / y se ha agotado el agua… / todo parece efímero... Una vez más, la traducción te llega como una triste sombra del original. Y no es culpa de los traductores. Su drama es el drama de todo aquel que empeña su vida en pasar palabras de una lengua a otra. Y más drama es aún en la poesía, donde el contenido es una parte proporcionalmente igual a la forma, si no es menor No sabes japonés, aunque bien te gustaría, y los versos de Yosano se te quedan en el inicio del paladar, sin llegar a saciar el hambre de belleza.

Akiko Yosano, Poeta de la pasión, trad. de José María Bermejo y Teresa Herrero, Madrid, Hiperión, 2007. Los poemas citados aparecen, respectivamente, en las páginas 57, 90 y 70.

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