miércoles, 26 de mayo de 2010

43.

Estuviste en coma durante dos meses. A lo largo de todo ese tiempo, los médicos y los enfermeros te clavaron agujas, te horadaron con tubos, asaltaron cada orificio de tu cuerpo con la panoplia completa de esa especie de salvífico instrumental de tortura que es el aparataje hospitalario. Sufriste, te dijeron, tremendos dolores en algunos momentos críticos y te provocaron mil y un padecimientos aparte de los que tu enfermedad de por sí te procuraba. Durante esos sesenta días estuviste interminablemente en cama, sin moverte, cada segundo, cada minuto y cada hora de cada una de las jornadas. Cuando despertaste y te fuiste haciendo consciente de tu situación, ese calvario no existía. No recordabas nada de ese período de sufrimiento. Tanto el dolor físico como el psíquico eran inexistentes. Muchas veces, pasado ya tiempo desde aquellas fechas, has reflexionado lo que hubieran supuesto esas semanas con plena conciencia. Pudiste sospechar lo que habría sido porque, después del despertar, te quedaron muchos meses más de padecimiento y experimentaste cada una de las estaciones de ese protocolo humillante que es estar enfermo. De esto te acuerdas minuciosamente; del período durante el que estuviste sumido en las sombras, nada ha impreso su huella en tu alma, por más que sí dejara cicatrices en tu cuerpo. Eres, en cierto modo, un afortunado porque has experimentado en tu propia carne y en tu propia alma el efecto benéfico de la nada sobre el ser humano. En aquellos momentos tú no existías, aunque estabas vivo. Eras y no eras al mismo tiempo. Intuyes que algo así debe de ser el nirvana. No había gozo, ni experiencias satisfactorias; pero tampoco había dolor. Si tienes en cuenta que el gozo es el instante transitorio que desemboca en el sufrimiento, aquel coma, aquella inconsciencia fue para ti el preludio de la liberación final. O al menos eso te gusta creer.

1 comentario:

  1. Leo este blog desde hace unos días. He llegado a él por casualidad, a través de una lectora suya. A veces tengo la sensación de no tener derecho a leer lo que está escrito. Por eso envío este comentario, como para pedir permiso o avisarle de que me asomo.

    Un saludo.

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