martes, 27 de julio de 2010

72.

Tarde de verano tórrido en Sevilla. Estación de ferrocarril de Santa Justa. Vas a tomar un tren. Compras unos periódicos y ves, de soslayo, el libro. Mejor, ves la palabra “Japón”. Es un libro de viajes. Tu economía no está para dispendios, pero un libro que te interese es para ti como la droga para un adicto. Lo compras y, tan pronto como puedes, te sumerges. Lo has leído de un tirón, embobado. Es ágil, fresco, con comentarios suculentos a veces, humorísticos otras veces. Se ve una cultura detrás expuesta con sencillez (aunque rechine una “hégira” por “égida” al inicio, algo que a un helenista le duele; un "tullido" por "talludo" y un par de "Shonogan" por "Shoonagon"). Libro ameno, que te ha gustado. Va al núcleo del espíritu japonés. Relata dos viajes, uno en invierno, otro en verano, al país de los hijos de Amaterasu acompañado de una guía paciente y amorosa. Destacas dos fragmentos, como podías destacar otros: (1) Arces, pinos, fresnos y cedros no han llegado aquí por casualidad. Unos jardineros matemáticos, doctores en filosofía oriental y conocedores de las teorías del caos ficticio, se empeñan en modelarlos. Estoy seguro de que por las noches, ajenos a las miradas furtivas, se ocultan en lo más oscuro de las casa de té. Es el carácter japonés, obrar de tal modo que las cosas que vemos parezcan producto de la casualidad o del capricho de Buda. Cuando llega el rocío, los jardineros-filósofos se tumban sobre el musgo y cuentan las hojas de los árboles de una en una. No es extraño que los Maeda pasasen más tiempo en el jardín que en el castillo. Antes de que la noche se haga presente, desde el punto más alto del jardín puede verse el Mar de Japón, cuyo nombre evoca rumores de brumas y conquistas. (2) Sei Shonogan (sic) reflexionaba en El libro de la almohada, como sólo la sublime sencillez de las damas de la corte Heian sabían hacer, resumiendo lo que para una de las mujeres más refinadas de la humanidad en aquel tiempo eran las cosas espléndidas: “… la veta de la madera en una imagen budista. Largas ramas florecidas de glicina entretejidas alrededor de un pino”. En definitiva, la nada, el vacío tomado, eso sí, con una sonrisa. Suma y sigue tu fascinación por Japón.

Fernando González Viñas, Japón, un viaje entre la sonrisa y el vacío, S/L, Amuzara, 2010. (1) página 253, (2) página 345.

2 comentarios:

  1. agradecido de que te gastes tu pecunio en mi libro japonés te pido disculpas por los errores, algo que por muchas revisiones que se hacen parecen no acabar, léase mil o dos mil veces y por ojos distintos. a veces me pregunto si no aparecen cuando el libro está ya en la librería. mea culpa. saludos y gracias
    Fernando

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  2. Gracias a ti por darme unas buenas horas de placer literario y viajero. Estoy contigo en que los errores tienen vida propia. Lo he experimentado en mis libros. Pero quedé tan escaldado de las minucias académicas (imagina que te pongan verde por cambiar un número en la fecha en la que le dio a Homero su nodriza la primera leche) que estas cosas le dan a la obra humana el encanto de la imperfección. Y esto queda muy japonés, ¿no crees?

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