domingo, 11 de julio de 2010

65.

Te imaginas la vida como la labor de un trapecista en un circo cuya pista no puede divisar porque está sumida en la oscuridad. Tarde o temprano, su actuación termina y entonces para culminarla, se tendrá que lanzar al vacío. El acróbata evoluciona en las alturas dando giros inverosímiles y ejecutando piruetas inimaginables porque es su trabajo y porque no sabe hacer otra cosa. En ese circo de la vida, hay quienes creen que abajo, entre las sombras, hay una red que les salvará en la caída final. Éstos actúan con alegría y desenvoltura, pensando sólo en la perfección de su arte. Hay también quienes dudan de la existencia de la red y quienes afirman rotundamente que escondido entre la oscuridad no hay nada, salvo el suelo duro de la pista. Estos últimos tienen una labor más complicada y su trabajo no presenta el aspecto de ligereza y volatilidad de los primeros. Necesitan, además, una firme convicción en la sublimidad de su pericia para ejecutar los movimientos pensando lo mínimo en la conclusión fatal que les aguarda. Al final, el número concluirá para todos de igual manera: acabarán por estrellarse contra el suelo.

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