sábado, 21 de agosto de 2010

81.

La vida es efímera. Está llena de sinsabores. La existencia es traicionera. Nada te asegura al amanecer de un día que llegarás a ver la noche. Y si alcanzas esa meta, nadie te puede predecir en qué estado te hallarás. Esto dando ya por sentado que no serás el mismo, como vislumbró Heráclito. En este juego próximo al de la ruleta rusa no sólo entras tú, sino tus seres queridos e, incluso, las ideas y los objetos que aprecias. La vida está llena de malos instantes y de muchísimos más mediocres y descoloridos. Sin embargo, en medio de esa maraña de espinos y zarzas, alguna flor se erige con energía. Son aquellos escasos momentos en los que te sentiste rebosante. La vida, entonces, te pareció lo más hermoso y llegaste a pensar que sólo por esa experiencia merecía la pena este desconcertante fogonazo entre dos nadas. Esos segundos, minutos, tal vez horas de intensidad absoluta tienen tal fuerza en tu evocación que parecen doblegar con su resplandor la oscuridad grisácea del resto de los días. Y entonces crees llegar a entender aquella propuesta de Epicuro que siempre te pareció de una gran simpleza y de un voluntarismo excesivo. Era aquella que aconsejaba a sus adeptos recordar los instantes de felicidad cuando las circunstancias se pusieran excesivamente rudas. Faltó, con todo, al maestro especificar que no todos los buenos momentos sirven en ese caso, sino sólo los momentos espectacularmente buenos.

1 comentario:

  1. Asi es. No pudiste decirlo mejor.
    Yo solo tengo una esperanza (o dos): Que despues de esto solo encuentre la nada, o que encuentre a alguien a quien reclamarle por todo este desmadre que parece no tener sentido.

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