viernes, 26 de febrero de 2010
11.
Mientras te cortan el pelo ves caer en tu regazo mechones sueltos entreverados de canas que auguran tu ancianidad. La maquinilla zumba en tu cogote, tus sienes, tu cráneo. Quizá el núcleo de tus angustias se esconda detrás de la falta de cariño por lo que es tuyo. Miras la última guedeja separada de su tronco y te haces nacer un sentimiento de cercanía, casi de amor por esa materia viva que, de dejarla escondida, sobreviviría más que tu aliento. Es tuyo, es tu pelo, un fragmento de ti que deberías apreciar. Quizá así tu vida podría rodearse de alivio y descanso, ya que desde siempre te has rodeado de menosprecio y desencanto hacia ti mismo. No has terminado de experimentar ese acercamiento a tu mismidad, cuando otro destello se abre a cuchilladas en la carne de tus elucubraciones. La dirección es justo la contraria. Realmente, concluyes, la esencia de la paz reside en contemplar ese trozo de ti como lo que es, simple materia perteneciente al universo, dirigida a la nada, que no es tuya ni de nadie, vacío temporalmente adscrito a tu materia, mínima pieza de una pieza menor del mundo, insignificante y carente de sentido. Notas cómo ahora respiras más aliviado. La peluquera sigue con su labor y tu alma se siente reconfortada.
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