miércoles, 10 de febrero de 2010
6.
Alguien te dice que, cuando sufriste, salió a relucir esa ansia de consuelo que representa la figura de Dios. Y que esa es la prueba de que existe. Sería una versión adaptada del viejo argumento que afirma su existencia apoyándose en la extensión de la idea de lo divino por toda la especie humana. Le reconoces que es cierto que en aquellos momentos rezaste y suplicaste, y que todo terminó bien. Sin embargo, aquella arribada a buen puerto y las otras infinitas a muelles de menor calado fueron producto de tu instinto de supervivencia y de quienes con su amor coadyuvaron en su función. Hoy no ves la mano benevolente de lo divino. Te replica que tu auténtico yo, anhelante de trascendencia, salió a relucir en aquellas súplicas, como el de todos los seres humanos. Pero le respondes concluyente que nunca se es uno mismo en la desgracia, sino en el momento del sosiego, cuando nada urge y nada acosa.
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